Al concluir una conferencia se me acercó un grupo de lectores. Querían que visitase la ciudad
donde vivían pues, según ellos, allí estaba teniendo lugar una
experiencia única en Europa. Los lectores, 2 chicas y 4 muchachos, me condujeron hasta la ciudad de Drachten. Salimos del coche, ellos tomaron una cerveza y yo un café.
Me miraban sorprendidos pero yo no entendía qué pasaba. Al cabo de un
rato, uno de ellos preguntó: -¿No ha observado nada especial?
-He observado una ciudad pequeña y bonita, respondí. - Usted me ha decepcionado, dijo una de las muchachas, pensaba que Usted creía en las señales.
. Claro que creo en las señales. - ¿Y ha visto alguna señal aquí?
- No.
- Pues de eso se trata! Drachten es una ciudad sin ningún tipo de señal. Su novio continuó:
- ¡De tránsito! De repente me dí cuenta de que tenía razón. No existía la famosa
placa de “Stop”, las líneas de paso de peatones, las señales de cruce y
de “ceda el paso”. ¡No había un sólo semáforo! Y para sorpresa ni
siquiera existía división entre acera y calzada. Y no es que hubiera
poco movimiento. Camiones, coches, bicicletas, peatones, todo parecía
pefectamente organizado en medio de la orfandad de señales. Nunca oí un
insulto, frenadas o bocinas ensordecedoras. Camino del aeropuerto, me contaron más sobre la experiencia que, admito, es realmente singular. La idea nació de un ingeniero, que trabajaba
para el gobierno holandés en los ‘70. Pensó que la única manera de
reducir el reciente número de accidentes era darle al conductor la
total responsabilidad de lo que hiciera. Su primera decisión consistió en reducir la longitud de las
calles que pasaban por los pueblos, usar ladrillos rojos en lugar de
asfalto, quitar la línea central que separa los dos sentidos y llenar
las alamedas con fuentes y paisajes de modo que los atrapados en los
embotellamientos pudieran distraerse mientras esperaban.
Inmediatamente después vino la decisión más radical: quitar las señales de tránsito y acabar con el límite de velocidad.
Al entrar en la ciudad,
los 6.000 conductores que pasaban por ahí diariamente se asustaban:
¿Dónde puedo doblar?. O ¿Quién tiene prioridad?, se preguntaban. Y de
este modo comenzaban a prestar el doble de atención a lo que sucedía a
su alrededor. Dos semanas más tarde, la velocidad media estaba por debajo de
los 30 km/h permitido en localidades como Drachten. Mondermann apostaba
fuerte: “Si un peatón va a cruzar la calle, por supuesto que los coches
se detendrán, nuestros abuelos ya nos enseñaron las reglas de cortesía”.
Hasta ahora, el tiempo le da la razón. A fín de cuentas: "Si tratas a una persona
como a un idiota, se comportará como un idioita. Pero si
le das responsabilidad, sabrá usarla”.
Actividades
1. ¿qué crees que pasaría si nuestra ciudad hiciera lo mismo que ocurre en la historia?
2. Busca en internet:
a. La ciudad con mayor tráfico
b . Con mayor polusión
c. Con mayor índice de accidentes de coche
3. busca en internet la ciudad de la historia y responde: ¿dónde está Drachten? ¿es cierto lo que cuenta la historia?